Son muchos los sesudos análisis que se están haciendo sobre el fenómeno, que tiene mucho que ver con el hartazgo de la ciudadanía con las viejas formas de hacer política y con la corrupción generalizada que ha hundido sus raíces en lo que fueran los grandes partidos del Viejo Continente desde los años 70 del siglo XX. Pero la causa de esta desafección es, a mi juicio, mucho más profunda, y forma parte de una especie de abatimiento que ha caído sobre las capas populares europeas que se tragaron, en época de vacas gordas, el discurso neoliberal del progreso basado en el avance de las clases medias.
De hecho, aún hoy, pese a su palmario fracaso, la mayoría de lxs dirigentes del PSOE, como Sánchez o Díaz, reclaman para su partido la conquista de los grandes avances del Estado de bienestar que disfrutamos. Según ellxs, el sistema público de salud, la educación universal, la Seguridad Social, etc., fueron logros que su partido consolidó cuando gobernó, de manera que reclaman para sí el honor de conseguirlos. Sin embargo, cada vez más personas estamos reclamando una revisión en profundidad de la Historia. Ya no nos conformamos con las versiones oficiales y panegíricas de la Transición, pero tampoco con las posteriores. Porque, cada vez más, tras las experiencias del 15-M, la Marea Verde, el Tren de la Libertad, las Plataformas de Afectados por la Hipoteca, las Marchas de la dignidad, etc., se está comprobando que la única herramienta para conseguir cambio social es la movilización.

El pueblo está despertando de su letargo. Los velos que cegaban su visión están cayendo, uno tras otro. Vivimos tiempos convulsos, pero apasionantes, donde ya veremos lo que nos deparará el futuro. Pero una cosa está clara: en ese futuro no habrá sitio para los tibios. Es la hora del radicalismo, en el sentido marxista: hay que ir a la raíz de los problemas, a las soluciones. No sea que nos den el timo de la estampita buscando puntos medios y nos convirtamos en los tontos útiles del sistema.
no puedo estar mas de acuerdo
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