Una de las líneas electorales que más utilizó el PSOE en la campaña a las generales fue, precisamente, la de la laicidad. Eran días convulsos, con los obispos a pie de pancarta y con la extrema derecha abogando por la objeción de conciencia a una asignatura que educaba en valores de respeto y democracia.
Y funcionó, ¡vaya si funcionó! Una marea de votos de gentes de izquierda acudió en tromba a votar al laico Zapatero pensando que al día siguiente de las elecciones la presencia de la Iglesia en las instituciones públicas sería cosa del pasado.
Pero, ¡ lo que son las cosas!, a la primera de cambio el PSOE nos ha demostrado su terror a las sotanas: daba pena ver en el Congreso a un Ramón Jáuregui diciendo que no era necesaria una Ley para eliminar los símbolos religiosos en las tomas de posesión de los cargos públicos. Según Jáuregui, con el tiempo y una caña, ya se irían eliminando poco a poco dichos símbolos, "de la misma manera que no ha hecho falta ninguna Ley para eliminar los crucifijos de las escuelas públicas".
Por la misma regla de tres, según el razonamiento de Jáuregui, tampoco hubiera hecho falta ninguna Ley para elimininar los símbolos franquistas, ni para prohibir la exhibición de símbolos racistas y xenófobos en actos públicos, para prohibir fumar en locales cerrados o para regularizar los matrimonios de personas del mismo sexo, ¡ya se hubiera encargado la Sociedad, una vez que lo hubiera asimilado todo (más o menos en el siglo XXV), de hacerlo por su propio peso!
El PSOE nos ha demostrado su faceta chupacirios de la manera más cutre. Ni siquiera ha sido debatiendo la eliminación de la financiación pública de la secta católica, ni la supresión de la figura de los capellanes castrenses, ni otras cosillas de verdadera miga: han salido espantados como colegiales sólo con haber divisado en la lejanía la sombra de un báculo.
Y así nos va: de báculo.
Cuadro comparativo de los homínidos
Hace 10 meses
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