jueves, 22 de mayo de 2008

La satisfacción de los lobos

Érase una vez, en un cercano país, un grupo de lobos que se reunieron para ver cómo marchaban sus negocios.
Lejos quedaban aquellos tiempos en los que tenían que salir a cazar por esos bosques, ya que desde hacía mucho criaban en sus propios establos a las suculentas ovejas de raza merina. Sin embargo, las leyes del Reino les imponían grabosas condiciones para sus haciendas: control veterinario, número máximo de ovejas por bebedero, etc. Así que comenzaron a introducir en los establos ovejas ilegales, de raza churra (que abundaban, ya que la lluvia ácida producida por las fábricas de los lobos había esquilmado los prados de sus valles de origen), las cuales, además de ahorrarles a los lobos impuestos, gestiones, etc., consumían menos pienso y su carne era tan sabrosa y su sangre tan dulce como la de las merinas, así que, poco a poco, los lobos fueron reduciendo la ración de pienso de las merinas y a relajar las medidas higiénicas y de control para con ellas.
Por esas razones, la agitación empezó a alterar la paz de los establos. Las merinas se quejaban de las magras raciones, del hacinamiento, del lento pero progresivo deterioro de su nivel de vida. Así que los lobos tomaron cartas en el asunto.
Decidieron difundir por los establos que la culpa de todo la tenían las churras, que portaban enfermedades de sus incivilizados prados, que se empeñaban en comer menos y en hacinarse en los rincones más sucios, por lo que su competencia era desleal.
La peregrina idea, no obstante, cuajó entre las merinas. Bajo la mirada satisfecha de los lobos, las churras eran objeto de vejaciones cada vez más frecuentes, por lo que su miedo las empujaba a no comer demasiado, con lo que los lobos cada vez daban raciones de pienso más magras y el ciclo se retroalimentaba una y otra vez.
"¿Y ninguna oveja merina se dio cuenta?", os preguntaréis, queridos niños y niñas. Pues sí, pero como las ovejas negras eran cada vez menos y estaban tan desprestigiadas por pedir la libertad de la vida en los prados y renunciar a la confortable y civilizada vida del establo, nadie les hacía caso.
Y los lobos sonreían satisfechos mientras clavaban sus dientes en los tiernos cuellos de sus ovejitas, lo mismo de las churras que de las merinas.

* * * * * *

Esta mañana estaba en el tajo y se me acercó Manuel, un extremeño rondando los 60 años con un gracioso gracejo castúo. Pero hoy no estaba para guasas. Le habían dado el boleto (la carta de despido). Y, cuando acabábamos la típica charla (que si la construcción está muy mal, que si muchas empresas, después de haberse llevado la pasta, dan el cerrojazo, etc.), me suelta Manuel:
-"Si es que no me extraña, si es que hay mucho extranjero, que como cobran menos nos están quitando el curro."
Mientras hablaba, sobre el ruido de la hormigonera y el murmullo de Radiolé de la cuadrilla de yeseros de al lado, he creído oír un prolongado aullido de lobo en la lejanía.
Habrá sido mi imaginación.
O la mala leche que se me ha puesto.

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