domingo, 27 de abril de 2008

La traición de los curritos

Fernand Braudel, el gran historiador francés y alma de la "Escuela de Annales" acuñó un concepto de gran repercusión en la historiografía del siglo XX. Se trata de la llamada "Traición de la burguesía". En el "Antiguo Régimen" (siglos XVI al XVIII grosso modo) sólo los estamentos privilegiados (la nobleza y el clero) tenían derechos políticos y podían hacerse cargo de las labores de gobierno. Las clases adineradas de las ciudades (la burguesía), aún gozando de gran poder económico, carecían de los privilegios de los anteriores. Siguiendo a Braudel, la burguesía comenzó desde antiguo a protagonizar una lucha por la conquista del poder que culminaría con las revoluciones burguesas del XIX (la más señera sería la Revolución Francesa), pero en este proceso se dieron algunas paradojas. La más importante sería dicha traición de la burguesía: muchos ricos comerciantes, artesanos, etc., de las ciudades, en vez de luchar por sus intereses como colectivo (como clase), se dedicaron a emular a los nobles, siguiendo su modo de vida, sus costumbres, asumiendo la ideología aristocrática (repudio del trabajo manual, vivir de las rentas, etc.) e incluso comprando títulos de nobleza (mediante matrimonio a veces) de manera que acababan asumiendo el sistema de cosas, traicionando así su propia ideología y constituyendose en un serio obstáculo para el progreso de la lucha por los derechos de su propia clase social.
Si extrapolamos lo anterior a nuestra sociedad, podemos comprobar, como Heráclito, que la Historia se repite: la clase trabajadora, no sólo de España sino de todo el orbe occidental, después de dos siglos de dura lucha por los derechos sociales y políticos, una vez alcanzado un cierto nivel de prosperidad económica, se ha dedicado a mirarse el ombligo y a asumir la ideología de sus antagonistas. Como los burgueses del siglo XVII, los curritos del XXI (europeos y blancos) se mueren por poseer el adosado con piscina, la tele de plasma y el Audi A4. Los moros, los rumanos, los sudacas ( los que ocupan en suma los puestos de trabajo en los que antaño también sus propios padres fueron explotados), ya no son vistos como iguales, como gentes con los mismos intereses y necesidades, como miembros de una misma clase. Quienes hablan de control de fronteras, de regulación del flujo migratorio, de inseguridad ciudadana, ya no son los señoritos de pueblo ni los empresarios urbanitas, sino los hijos del proletariado del franquismo que se avergüenzan incluso de la palabra proletariado. Se ha cambiado la solidaridad de clase por tener clase, la sobriedad obrera por la moda, la dignidad por el consumo y el derroche, el arriba parias de la Tierra por el que venga detrás que arree.
Como bien analiza Enrique Gil Calvo en "El declive de la izquierda" (El País, Opinión, 16-04-2008), asistimos a un proceso de derechización de la clase trabajadora sin precedentes, a una estratificación social donde cada uno quiere alcanzar el estatus de los que están por encima y repudia a quienes, por naturaleza social, comparten sus intereses. Ni siquiera los más explotados entre los explotados, los inmigrantes, sienten los otrora sagrados lazos de clase: mientras se ponen verdes entre comunidades nacionales (los marroquíes detestan a los rumanos, los rumanos miran por encima del hombro a los sudacas, los sudamericanos no quieren nada con los moros, etc.) llenan las grandes superficies comerciales comprando compulsivamente móviles de última generación, bambas de marca o trapitos de Mango y Zara.
Pronto desaparecerán los posters de "El Ché" y se venderán como rosquillas los de Esperanza Aguirre. Nadie se acordará de Marx ni de Bakunin. Es la traición de los curritos.

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