Hace años trabajé en la estación de Cercanías de RENFE de Laguna, en Madrid, colocando el suelo de terrazo del pasillo que unía esta estación con la del Metro. Como había prisas, trabajábamos un día en la mitad del pasillo pegado a una de las paredes y al día siguiente en el otro, porque no se podía cerrar al público.
Mientras trabajábamos, sudando como gorrinos en pleno julio, la gente pasaba y nos miraba como si fueramos una atracción de feria. Y a la hora del bocata, allí estábamos, con la gente mirándonos como cuando vemos a los pandas en el zoo comiendo bambú.
Sin embargo, me sucedió una de las cosas más hermosas que me ha pasado en mi vida: justo en uno de esos momentos en que nos comíamos el bocadillo, con esa marea de gente pasando, mirando y fluyendo, un hombre mayor se nos encaró y nos dijo: "¡que aproveche!".
Este gesto (cotidiano, pequeño, nimio) representó para mí toda una revelación. Nos convirtió en personas, en seres con dignidad. Para él no eramos simples máquinas biológicas, eramos seres humanos que merecíamos respeto, éramos trabajadores dignos.
Ese "¡que aproveche!" constituyó para mí el despertar a la conciencia de clase. Infinitamente más que caulquier lectura de Lenin, Kropotkin, o Marx.
Cuadro comparativo de los homínidos
Hace 1 año