sábado, 9 de mayo de 2009

Marx y el retablo de las maravillas

Uno de los mejores cuentos de Cervantes (cuya obra en cuanto a relatos y novela corta tiene tanta calidad como el resto de su producción literaria) es, a mi gusto, El retablo de las maravillas. Su genialidad estriba no tanto en el estilo sino en la capacidad de ironía y de crítica social. Cuando Cervantes lo escribió, la sociedad castellana estaba obsesionada por la pureza de sangre, tanto por cuestiones de prestigio social como por otras más chabacanas (para acceder a cualquier puesto de la administración se debía estar limpio de sangre judía).
En este sentido, El retablo de las maravillas no es tanto una novelita sarcástica como una honda crítica social. El argumento (por si alguien no lo recuerda) es el siguiente:
Unos visitantes llegan a una pequeña población y pregonan que traen con ellos un hermoso retablo, el más hermoso que ojo de cristiano haya visto jamás; un retablo que tiene, además, cualidades maravillosas: sólo lo pueden ver aquellos que posean una sangre limpia de cualquier antepasado judío. Ni que decir tiene que el tal retablo no existía, pero cuando los charlatanes simulaban mostrárselo al público, todas las personas, sin excepción, lanzaban alabanzas y exclamaciones extasiadas ante tanta belleza.
Por supuesto, nadie podía ver absolutamente nada del dichoso retablo, pero todos tenían miedo de que los demás pensaran que se tenía sangre judía y, por tanto, de ser socialmente excluido y repudiado.
La genialidad de Cervantes es tal que de sus obras pueden extraerse conclusiones universales y válidas para cualquier tiempo y lugar:
Del mismo modo que en El retablo de las maravillas, en nuestro sistema cultural, inmerso en una especie de dictadura de lo políticamente correcto, absolutamente todas las personas de orden y de mentalidad abierta y progresista se empeñan en demostrar que el liberalismo (al que eluden llamar por su nombre: capitalismo), con su ficción democrática de visita cada X años a las urnas, es el mejor de los sistemas posibles.
Sin embargo, como ciegos no son, contemplan a diario las evidencias: crisis cíclicas e inevitables (porque forman parte de los mecanismos intrínsecos del sistema liberal) que arrastran consigo a cientos de familias, regiones enormes del planeta condenadas a la hambruna permanente y a epidemias ya olvidadas hace décadas en Occidente (meningitis, tuberculosis, etc.), sistemas de democracia representativa donde partidos con la mitad de votos que otros tienen, sin embargo, triple cantidad de representantes (como es el caso, sin ir más lejos, de Izquierda Unida en España), gobiernos progresistas que defienden la sostenibilidad ecológica mientras subvencionan sin pudor al sector del automóvil, miles de parados haciendo cola mientras los banqueros se llenan los bolsillos con aportaciones del Estado (para no desestabilizar el sistema, por supuesto), etc., etc.
Pese a ello, temerosos de ser acusados de retrógrados marxistas, idealistas utópicos o demagogos sin los pies en la tierra, se niegan a levantar el dedo y, señalando a las entrañas del sistema, digan en voz alta: "el Emperador va desnudo", como en ese otro cuento con moraleja evidente.
Como san Juan, en el Apocalipsis, yo también digo "quien quiera ver, que vea".
Yo soy comunista.

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