viernes, 11 de julio de 2008

Que gane el peor

El martes pasado me presenté a la última prueba del proceso de las oposiciones al profesorado de secundaria.
Ha sido duro: después de hacer un CAP (Curso de Aptitud Pedagógica) donde no te enseñan nada, después de dejarme los ahorros en cursos de-formación (el guión no es una errata) que cualquiera puede comprar, después de largas noches de estudio tras largas jornadas de trabajo en la obra, por fin he podido optar a un puesto de trabajo en algo que me gusta: profe de Historia del Arte en el sistema público de educación.
Pero, aunque debería estar contento (porque me lo he currao, ¡qué leches!), me he dado de morros con la realidad: el sistema está viciado desde la raíz. Echando cuentas, aunque hubiera sacado un diez en cada prueba, cualquier mindundi con la suerte de haber entrado a trabajar cuatro años antes que yo ya jugaría con la ventaja de cuatro puntos más de méritos. Eso sin contar con que cada vez las supuestas pruebas selectivas sirven para cualquier cosa menos para seleccionar: se elige un tema de entre cinco (ya hay que ser negao para que alguno no te lo hayas preparado), los que tienen la suerte de haber trabajado siquiera una semana quedan exentos de una de las pruebas (pueden presentar un informe), etc. Y, como colofón, aunque se diera la posibilidad de que alguna persona fuese la que mejor nota obtuviera, no sólo podría quedarse sin plaza, sino que pasaría a una lista "B" a la hora de optar a cubrir interinidades, porque aquellas personas que ya hubieran trabajado (independientemente de cómo hubieran accedido al sistema, podría darse la posibilidad de haber entrado en lista con un cero) tendrían preferencia.
Estoy de acuerdo con eso de la estabilidad laboral, de que no se puede tener a la gente pendiente de un hilo, etc., etc. Pero lo que también tengo claro es que el sector público debe estar abierto a cualquier persona en igualdad de condiciones y en él deben trabajar aquellas personas que demuestren merecer el puesto por méritos propios.
Hay muchos mecanismos para consolidar el trabajo de los interinos sin necesidad de incurrir en agravios comparativos: reservar plazas para un sistema de promoción interna, optar a bolsas de trabajo específicas, etc., etc.
Pero lo que no puede ser es que cualquier inútil (y no digo con esto que un interino sea un inútil, por supuesto) pueda superar manu militari a una persona preparada y con ganas. En primer lugar, porque es injusto. En segundo lugar, porque el acceso a la función pública debe ser imparcial y selectivo. Y, en tercer lugar, porque son nuestros hijos e hijas los que pagan el pato: luego querrán paliar con dotaciones informáticas y campañas publicitarias lo que no se ofrece a la chavalería en las aulas.
Y, lo más sangrante, es ver a los sindicatos de clase defendiendo con uñas y dientes a una pléyade de desgarramantas que sólo quieren poner el cazo y que cada cuatro años van en procesión a las urnas con su papeleta del PP. La caña.

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