jueves, 21 de agosto de 2008

La bendita clase media

Se suele repetir como un mantra que la prosperidad de una sociedad se mide por la de sus clases medias. Y de esta afirmación se deriva que dichas clases medias son la quintaesencia del bien común. Sin embargo, esta es una afirmación bien cuestionable.

Hace unos días, en una charleta de amigos, uno de ellos propuso que en el planeta se vivía infinitamente mejor que hace un siglo, en la línea de los positivistas y su fe ciega en el progreso técnico. Sin embargo, si tenemos en cuenta los avances conseguidos y las posibilidades que nos ofrece dicho progreso en cuanto a potencial de bienestar, se comprueba fácilmente que dicho progreso ha sido acaparado precisamente por las mentadas clases medias de los países occidentales. Es cierto que la mortalidad infantil, o la esperanza de vida han mejorado estadísticamente en lo que va de siglo, pero vemos que los avances se focalizan en el Norte, mientras que llegan con cuentagotas a los países del Sur. Es como si los obreros de una fábrica que produce diez veces más que hace un año recibieran sólo un 5% más de salario y tuvieran que agradecer al patrón que sus condiciones de vida han mejorado: cuantitativamente sí, pero en cuanto a redistribución de la riqueza se trataría de una broma de mal gusto.

De la misma manera las clases medias de Occidente vienen esquilmando el planeta: cada vez que disfrutamos de nuestro nuevo portátil, wii, batido de soja o crema hidratante se va colocando un nuevo ladrillo en el muro de la desigualdad social. Para tranquilidad de nuestras bien alimentadas conciencias nos solazamos en esporádicas compras de comercio justo, en reciclaje de vidrio cada fin de semana o en salidas en bicicleta. Pero la realidad sepulta estos pequeños (pese a loables) gestos bajo la gigantesca losa del capitalismo (que siempre es salvaje) que exprime las economías del Sur mientras nosotros, bienintencionados, nos escandalizamos ante las guerras endémicas en África (provocadas por los intereses comerciales de Occidente), ante las hambrunas periódicas (provocadas por los intereses comerciales de Occidente) o ante la falta de medicamentos (provocada por los intereses comerciales de Occidente) para enfermedades curables como la malaria.

Y nos consolamos repudiando a las empresas multinacionales o los poderes económicos responsables directos de dichas calamidades votando cada cuatro años a los partidos que, sólo nominalmente, predican la socialdemocracia, olvidando que precisamente es el bienestar y el progreso de las clases medias el sustentador último de dicho estado de las cosas.

Afirmar que el bienestar de las clases medias es un indicador del bienestar social no es, por lo tanto, tan solo una falacia, sino que apunta más bien a lo contrario: a que cuanto más boyantes sean las clases medias de Occidente mayor será la depauperación y la rapiña en el Sur.

Una vez más, socialismo o barbarie. O, como dicen mis anticuados, desubicados y trasnochados camaradas de la “A” y de la estrella roja:

Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases”.

viernes, 8 de agosto de 2008

Nada nuevo bajo el sol

En el blog Luches en Trubia he encontrado un fragmento de "¿Qué es la economía?", de Rosa Luxemburgo, que explica de forma meridiana en qué consiste la crisis económica. Hace casi un siglo y su contemporaneidad pone los pelos de punta.
Como dijo mi amigo Ángel Tajuelo, las crisis son la "cara b" del disco capitalista, ¿por qué no pinchamos otro?.
Os dejo el fragmento en cuestión:
…”Todos sabemos cómo aterroriza el espectro de la crisis comercial a cualquier país moderno: la manera de anunciarse el advenimiento de dicha crisis es, de por sí, significativa. Después de unos cuantos años de prosperidad y buenos negocios, empiezan a aparecer vagos rumores en los diarios; la Bolsa recibe algunas noticias poco tranquilizadoras de ciertas quiebras; las indirectas que lánzala prensa se vuelven más específicas; la Bolsa se pone cada vez más aprensiva; el banco nacional aumenta la tasa de crédito, lo cual significa que el crédito es más difícil de obtener y los montos disponibles son menores; por último, las 235 noticias de bancarrotas y cierres caen como gotas de agua en un chaparrón. Y una vez que la crisis está en pleno auge, empiezan las discusiones acerca de quién tiene la culpa. Los comerciantes echan la culpa a la negativa de los bancos a conceder crédito y a la manía especulativa de los corredores de bolsa; los corredores se la echan a los industriales; los industriales se la achacan a la escasez de dinero líquido, etcétera. Y cuando por fin los negocios empiezan a mejorar, la Bolsa y los diarios ven los primeros síntomas con alivio, hasta que vuelven por un tiempo la esperanza, la paz y la seguridad.
Lo más notable de esto es que todos los afectados, el conjunto de la sociedad, consideran y tratan a la crisis como algo fuera de la esfera de la voluntad y el control humanos, un golpe fuerte propinado por un poder invisible y mayor, una prueba enviada desde el cielo, parecida a una gran tormenta eléctrica, un terremoto, una inundación.
El lenguaje que suelen utilizar los periódicos especializados al referirse a la crisis está lleno de frases tales como: “el cielo del mundo de los negocios, hasta ahora sereno, se esta empezando a cubrir de negros nubarrones”; o cuando se anuncia un drástico aumento de las tasas de crédito bancario, aparece invariablemente bajo el título de “se anuncian tormentas”, y después de la crisis leemos cómo pasó la tormenta y qué despejado está el horizonte comercial. Este estilo periodístico revela algo más que el mal gusto de los plumíferos de la página financiera; es típico de la actitud hacia la crisis, como si ésta fuera el resultado de una ley natural. La sociedad moderna contempla con horror cómo se cierne; agacha la cabeza temblorosa bajo los golpes que caen como una granizada; aguarda el fin de la prueba y vuelve a levantar cabeza, tímida y escépticamente; mucho después la sociedad comienza a sentirse segura una vez más. Así esperaban los pueblos de la Edad Media las plagas y hambrunas; la misma consternación e impotencia ante una prueba severa.
Pero las hambrunas y pestes son antes que nada fenómenos naturales, aunque en última instancia las malas cosechas, las epidemias, etcétera, también tienen que ver con causas sociales. Una tormenta eléctrica es un acontecimiento provocado por elementos físicos y nadie, dado el desarrollo alcanzado por las ciencias naturales y la tecnología, es capaz de producir o impedir una tormenta eléctrica. Pero, ¿qué es una crisis moderna? Consiste en la producción de demasiadas mercancías. No hay compradores, y por lo tanto se detienen la industria y el comercio. La fabricación de mercancías, su venta, comercio, industria: tales son las relaciones en la sociedad moderna. Es el hombre quien produce las mercancías, y el hombre mismo quien las vende; el intercambio se da entre una persona y otra, y dentro de los factores que constituyen la crisis moderna no encontraremos un solo elemento que trascienda la esfera de la actividad humana. Es la sociedad humana, por tanto, 236 la que produce periódicamente las crisis. Y al mismo tiempo sabemos que la crisis es un verdadero azote de la sociedad moderna, esperada con horror, soportada con desesperación y que nadie desea. Salvo para algunos especuladores bursátiles que tratan de enriquecerse rápidamente a costa de los demás, y que con frecuencia no se ven afectados por ella, la crisis constituye, en el mejor de los casos, un riesgo o un inconveniente para todos.
Nadie desea la crisis; sin embargo ésta se produce. El hombre la crea con sus propias manos, aunque no la quiere por nada del mundo. Tenemos aquí un hecho de la vida económica que ninguno de sus protagonistas puede explicar. El campesino medieval producía en su parcela lo que su señor, por un lado, y él mismo, por el otro, querían y deseaban: granos y ganado, buenos vinos y ropas lujosas, alimentos y bienes suntuosos para sí y para su hogar. Pero la sociedad moderna produce lo que no quiere ni necesita: depresiones. De vez en cuando produce bienes que no puede consumir. Sufre hambrunas periódicas mientras los almacenes se abarrotan de artículos imposibles de vender. Las necesidades y su satisfacción ya no concuerdan más; algo oscuro y misterioso se ha interpuesto entre ellas.”

martes, 5 de agosto de 2008

Cambio de vida

El próximo mes de septiembre cambio de vida. He aprobado las oposiciones al Cuerpo de Profesores de Artes Plásticas y Diseño, en la especialidad de Historia del Arte.
Voy a cambiar la paleta por la tiza, el cemento por las diapositivas, el azulejo por el ordenador. Desde aquí quiero daros las gracias a todos los que habéis aguantado mi estrés y mis nervios y en vez de mandarme a freir espárragos me habéis animado siempre hacia adelante.
Muchísimas gracias a tod@s.