Hace unos días, en una charleta de amigos, uno de ellos propuso que en el planeta se vivía infinitamente mejor que hace un siglo, en la línea de los positivistas y su fe ciega en el progreso técnico. Sin embargo, si tenemos en cuenta los avances conseguidos y las posibilidades que nos ofrece dicho progreso en cuanto a potencial de bienestar, se comprueba fácilmente que dicho progreso ha sido acaparado precisamente por las mentadas clases medias de los países occidentales. Es cierto que la mortalidad infantil, o la esperanza de vida han mejorado estadísticamente en lo que va de siglo, pero vemos que los avances se focalizan en el Norte, mientras que llegan con cuentagotas a los países del Sur. Es como si los obreros de una fábrica que produce diez veces más que hace un año recibieran sólo un 5% más de salario y tuvieran que agradecer al patrón que sus condiciones de vida han mejorado: cuantitativamente sí, pero en cuanto a redistribución de la riqueza se trataría de una broma de mal gusto.
De la misma manera las clases medias de Occidente vienen esquilmando el planeta: cada vez que disfrutamos de nuestro nuevo portátil, wii, batido de soja o crema hidratante se va colocando un nuevo ladrillo en el muro de la desigualdad social. Para tranquilidad de nuestras bien alimentadas conciencias nos solazamos en esporádicas compras de comercio justo, en reciclaje de vidrio cada fin de semana o en salidas en bicicleta. Pero la realidad sepulta estos pequeños (pese a loables) gestos bajo la gigantesca losa del capitalismo (que siempre es salvaje) que exprime las economías del Sur mientras nosotros, bienintencionados, nos escandalizamos ante las guerras endémicas en África (provocadas por los intereses comerciales de Occidente), ante las hambrunas periódicas (provocadas por los intereses comerciales de Occidente) o ante la falta de medicamentos (provocada por los intereses comerciales de Occidente) para enfermedades curables como la malaria.
Y nos consolamos repudiando a las empresas multinacionales o los poderes económicos responsables directos de dichas calamidades votando cada cuatro años a los partidos que, sólo nominalmente, predican la socialdemocracia, olvidando que precisamente es el bienestar y el progreso de las clases medias el sustentador último de dicho estado de las cosas.
Afirmar que el bienestar de las clases medias es un indicador del bienestar social no es, por lo tanto, tan solo una falacia, sino que apunta más bien a lo contrario: a que cuanto más boyantes sean las clases medias de Occidente mayor será la depauperación y la rapiña en el Sur.
Una vez más, socialismo o barbarie. O, como dicen mis anticuados, desubicados y trasnochados camaradas de la “A” y de la estrella roja:
“Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases”.