Mi primer contacto con la obra de
Alfonso Sastre fue algo tardío y emocionante.
Hacia 1995 trabajaba como peón de albañil,
uno de los tantos que salía a diario, de lunes a viernes, desde los pueblos de La Mancha hacia Madrid. La obra en la que trabajaba por entonces estaba en Vallecas. Recuerdo que, dando un paseo mientras hacía la digestión del
bocadillo (en la obra se paraba a la una de la tarde), encontré una librería que me llamó mucho la atención: se trataba de la
legendaria Librería Miguel Hernández, un auténtico reducto y
nido de rojos hoy (según creo) desaparecida.
No sé a quien le hizo más ilusión: si a mí encontrarme un lugar donde la decoración principal eran reproducciones de carteles antifascistas de la
Revolución Española y donde se podían comprar, a precios asequibles, buenos libros que echarse
a la boca, o al dueño de la librería viendo a un chaval
en mono de trabajo preguntándole por libros de
Gabriel Celaya, de
Abel Paz o de
Ian Gibson. Después de breve conversación y
pocas compras, el
buen hombre me regaló "
El español al alcance de todos", de
Alfonso Sastre.
Desde entonces me aficioné a la obra de
Sastre. De su estilo me atrajo su
dignidad y su forma apasionada, sincera y
sin estridencias de denunciar las injusticias. Y, sobre todo, su firmeza, su
pacifismo y su compromiso consecuente.
Pese a que no comparta algunas de sus ideas, lo que sí tengo claro es que
Alfonso Sastre no es ni un terrorista ni nada que se le parezca. El hecho de que a personas como él no se las deje presentarse a unas
elecciones democráticas en un
país democrático debería,
como mínimo, hacernos reflexionar sobre los derroteros que está tomando nuestro
sistema representativo.
La democracia debe dejar campo abierto a cualquier idea, pese a lo incómoda que resulte. Y las leyes no pueden aplicarse "
por si acaso", sino persiguiendo delitos firmes. En primer lugar, porque la
libertad de expresión debe estar por encima de cualquier supuesto. Y, en segundo lugar, porque estas decisiones no hacen más que enconar y
dar alas a aquellos que, precisamente,
no creen en ninguna
democracia.