domingo, 31 de mayo de 2009

PSOE y PP son iguales, según VoteWatch

Mi amigo Pedro Patiño, que el año que viene se jubila después de un porrón de años de maestro, me contó una anécdota que viene al caso:
Un día, dos de sus alumnos se peleaban y les preguntó que cuál de ellos tenía la culpa. Obviamente, los dos dijeron que la culpa era del otro. Y él, evidentemente, tomó por verdaderas ambas acusaciones, y los castigó a los dos.
Lo mismo ocurre con nuestros queridos amiguitos PSOE y PP durante la campaña electoral: mientras que el PSOE echa la culpa a la "derecha rancia, retrógrada y avariciosa", el PP acusa directamente a quienes han tenido durante un lustro la capacidad de actuar legalmente y no han hecho nada.
Y, curiosamente, los dos tienen razón: ambos son culpables.
Según los datos recopilados por VoteWatch los eurodiputados españoles del PSOE votaron en un 69,9 % lo mismo que los eurodiputados del PP. En los últimos cinco años se han celebrado en el Parlamento Europeo un total de 6.149 votaciones, de las que en 4.286 ocasiones los eurodiputados del PSOE pensaban exactamente lo mismo que los "rancios, estrechos y retrógrados" eurodiputados del PP, porque votaron exactamente lo mismo que ellos.
Así que ¡los dos tienen razón!
No existe un partido culpable de la crisis, no existe un partido mayoritario que apoye la Constitución neoliberal Europea, que financie los intereses de las multinacionales del automóvil, del ladrillo o de la banca, no existe un partido que consienta seguir manteniendo los acuerdos con la Santa Sede, no existe un partido que defienda a capa y espada la competitividad y la flexibilidad laboral. No existe un partido que apelando a los intereses del pueblo apoye con sus votos en Europa las políticas neoliberales que, en definitiva, han ocasionado la crisis.
Existen dos.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Si yo fuera rico

Si yo fuera rico, estaría encantado con la supresión del Impuesto de Sucesiones que con tanto ahínco han defendido PSOE y PP, ya que así me embolsaría unos cuantos miles de euros de la herencia del abuelo que ya no irán a financiar hospitales ni escuelas sino a ricas estancias en las Seychelles pa' mi cuerpo serrano.
Si fuera un gran accionista de las multinacionales del sector del automóvil, estaría supercontento con las ayudas del Gobierno para dar salida a mi superproducción de coches, ya que si no se pasaran por el arco del triunfo esas milongas del crecimiento sostenible y apostaran por el transporte público o la bicicleta mis beneficios caerían en picado.
Si fuese El Pocero o un director de una gran inmobiliaria, daría palmas con las orejas con el ultimátum que ha supuesto el anuncio de la supresión en 2010 de las desgravaciones por adquisición de vivienda, porque la gente se animaría a comprarme el stock de pisos que me quedan por vender, cosa que no hubiera ocurrido si los gobiernos de turno fomentaran la construcción de vivienda pública que, además, ayudaría a resolver el problema del paro.
Si fuese el dueño de una cadena de colegios privados concertados católicos, por ejemplo los de los Legionarios de Cristo, lloraría de contento al ver cómo el Gobierno (del PSOE o del PP, autonómico o estatal), además de financiar con fondos públicos, regalará a cada hijito o hijita de mis ricas clientas, además, un ordenador portátil.
Si fuese un empresario de cualquier sector, fliparía con las ayudas que las administraciones de todo tipo y todo color (PP o PSOE) me están ofreciendo para financiar mi empresa, contratos con salario mínimo interprofesional incluido.
Si fuese un acomodado ciudadano de clase media alta, miraría con ternura al Gobierno del PSOE, tan comprensivo, que me estaría dando las mismas ayudas a mí, que no lo necesitaría, que a un jornalero de Linares; por ejemplo, los 2500 euros por nacimiento, los 400 del IRPF, etc.
Y si fuese banquero... ¡Bueno...! Si fuese banquero les pondría un altar a los buenos de Pepiño y Zapatero con una foto suya diciendo que la culpa de la crisis es mía mientras me untan de lo lindo.

Pero no soy rico. Ni empresario. Ni banquero. Ni voté sí a la Constitución más neoliberal de todos los tiempos, ni voté a ninguno de los partidos (entre ellos PP y PSOE) que han avalado, defendido y aplicado las políticas neoliberales que nos han endiñado la mayor crisis económica de la Historia y que ahora se echan la culpa unos a otros para escurrir el bulto, con desvergüenza olímpica: porque si quienes han tenido los resortes del poder y quienes han diseñado las políticas económicas no tienen culpa de nada, ¿quienes la tenemos?
¿Los parados?
¿Los trabajadores?
¿Los miles de jóvenes sin un trabajo digno a la vista, acosados por sueldos de miseria y con la perspectiva de un sistema de Educación Superior elitista como el de Bolonia y a quienes creen poder camelar con píldoras poscoitales?

Contra tanta hipocresía, contra tanta desvergüenza, el 7 de junio votaré a la Izquierda en las Elecciones Europeas.
A Izquierda Unida, por supuesto.

viernes, 15 de mayo de 2009

Alfonso Sastre

Mi primer contacto con la obra de Alfonso Sastre fue algo tardío y emocionante.
Hacia 1995 trabajaba como peón de albañil, uno de los tantos que salía a diario, de lunes a viernes, desde los pueblos de La Mancha hacia Madrid. La obra en la que trabajaba por entonces estaba en Vallecas. Recuerdo que, dando un paseo mientras hacía la digestión del bocadillo (en la obra se paraba a la una de la tarde), encontré una librería que me llamó mucho la atención: se trataba de la legendaria Librería Miguel Hernández, un auténtico reducto y nido de rojos hoy (según creo) desaparecida.
No sé a quien le hizo más ilusión: si a mí encontrarme un lugar donde la decoración principal eran reproducciones de carteles antifascistas de la Revolución Española y donde se podían comprar, a precios asequibles, buenos libros que echarse a la boca, o al dueño de la librería viendo a un chaval en mono de trabajo preguntándole por libros de Gabriel Celaya, de Abel Paz o de Ian Gibson. Después de breve conversación y pocas compras, el buen hombre me regaló "El español al alcance de todos", de Alfonso Sastre.
Desde entonces me aficioné a la obra de Sastre. De su estilo me atrajo su dignidad y su forma apasionada, sincera y sin estridencias de denunciar las injusticias. Y, sobre todo, su firmeza, su pacifismo y su compromiso consecuente.
Pese a que no comparta algunas de sus ideas, lo que sí tengo claro es que Alfonso Sastre no es ni un terrorista ni nada que se le parezca. El hecho de que a personas como él no se las deje presentarse a unas elecciones democráticas en un país democrático debería, como mínimo, hacernos reflexionar sobre los derroteros que está tomando nuestro sistema representativo.
La democracia debe dejar campo abierto a cualquier idea, pese a lo incómoda que resulte. Y las leyes no pueden aplicarse "por si acaso", sino persiguiendo delitos firmes. En primer lugar, porque la libertad de expresión debe estar por encima de cualquier supuesto. Y, en segundo lugar, porque estas decisiones no hacen más que enconar y dar alas a aquellos que, precisamente, no creen en ninguna democracia.

sábado, 9 de mayo de 2009

Marx y el retablo de las maravillas

Uno de los mejores cuentos de Cervantes (cuya obra en cuanto a relatos y novela corta tiene tanta calidad como el resto de su producción literaria) es, a mi gusto, El retablo de las maravillas. Su genialidad estriba no tanto en el estilo sino en la capacidad de ironía y de crítica social. Cuando Cervantes lo escribió, la sociedad castellana estaba obsesionada por la pureza de sangre, tanto por cuestiones de prestigio social como por otras más chabacanas (para acceder a cualquier puesto de la administración se debía estar limpio de sangre judía).
En este sentido, El retablo de las maravillas no es tanto una novelita sarcástica como una honda crítica social. El argumento (por si alguien no lo recuerda) es el siguiente:
Unos visitantes llegan a una pequeña población y pregonan que traen con ellos un hermoso retablo, el más hermoso que ojo de cristiano haya visto jamás; un retablo que tiene, además, cualidades maravillosas: sólo lo pueden ver aquellos que posean una sangre limpia de cualquier antepasado judío. Ni que decir tiene que el tal retablo no existía, pero cuando los charlatanes simulaban mostrárselo al público, todas las personas, sin excepción, lanzaban alabanzas y exclamaciones extasiadas ante tanta belleza.
Por supuesto, nadie podía ver absolutamente nada del dichoso retablo, pero todos tenían miedo de que los demás pensaran que se tenía sangre judía y, por tanto, de ser socialmente excluido y repudiado.
La genialidad de Cervantes es tal que de sus obras pueden extraerse conclusiones universales y válidas para cualquier tiempo y lugar:
Del mismo modo que en El retablo de las maravillas, en nuestro sistema cultural, inmerso en una especie de dictadura de lo políticamente correcto, absolutamente todas las personas de orden y de mentalidad abierta y progresista se empeñan en demostrar que el liberalismo (al que eluden llamar por su nombre: capitalismo), con su ficción democrática de visita cada X años a las urnas, es el mejor de los sistemas posibles.
Sin embargo, como ciegos no son, contemplan a diario las evidencias: crisis cíclicas e inevitables (porque forman parte de los mecanismos intrínsecos del sistema liberal) que arrastran consigo a cientos de familias, regiones enormes del planeta condenadas a la hambruna permanente y a epidemias ya olvidadas hace décadas en Occidente (meningitis, tuberculosis, etc.), sistemas de democracia representativa donde partidos con la mitad de votos que otros tienen, sin embargo, triple cantidad de representantes (como es el caso, sin ir más lejos, de Izquierda Unida en España), gobiernos progresistas que defienden la sostenibilidad ecológica mientras subvencionan sin pudor al sector del automóvil, miles de parados haciendo cola mientras los banqueros se llenan los bolsillos con aportaciones del Estado (para no desestabilizar el sistema, por supuesto), etc., etc.
Pese a ello, temerosos de ser acusados de retrógrados marxistas, idealistas utópicos o demagogos sin los pies en la tierra, se niegan a levantar el dedo y, señalando a las entrañas del sistema, digan en voz alta: "el Emperador va desnudo", como en ese otro cuento con moraleja evidente.
Como san Juan, en el Apocalipsis, yo también digo "quien quiera ver, que vea".
Yo soy comunista.