viernes, 25 de julio de 2008

Los años oscuros en Miguel Esteban, por Pablo Torres

Acabo de leer “Los años oscuros en Miguel Esteban”, por Pablo Torres. Se trata de uno de esos libros necesarios para comprender la Historia reciente de los pueblos: la del mío, Miguel Esteban, ha estado silenciada por aquellos que ganaron la Guerra Civil, de manera que sus muertos han sido recordados hasta la saciedad como héroes y mártires mientras que los hombres y las mujeres que lucharon por cambiar su mundo, que soñaron con una Revolución igualitaria y solidaria, han sido no sólo olvidados sino denostados y calumniados hasta el punto que mucha gente de izquierdas, al preguntarles sobre las personas que murieron, dicen aquello tan cruel y tan manido de “algo harían”.

Por tanto, lo primero que hay que resaltar es lo necesario de la publicación de este libro. Ha habido otros trabajos sobre este periodo histórico, pero siempre parciales o escasos, como el libro de Martín Jiménez (sin ningún rigor historiográfico y ceñido a un visión netamente derechista), o el trabajo presentado al Congreso sobre Memoria Histórica en Castilla- La Mancha por José Félix Felipe Ochoa (una pequeña síntesis que por su carácter de ponencia es a la fuerza parco en contenidos). Tengo conocimiento de que en el futuro inmediato se publicarán otras obras por parte de mis camaradas y amigos J. F. Felipe Ochoa y de Vicente Torres Encinas (ésta segunda ya de inminente edición) que sin duda arrojarán más luz sobre este oscuro periodo y animarán el necesario debate historiográfico.

El autor de “Los años oscuros en Miguel Esteban”, Pablo Torres, es un periodista gráfico residente en la Comunidad de Madrid pero de raíces migueletas: no en balde es nieto de Genaro Torres Araque, que fuera alcalde republicano de Miguel Esteban entre 1936 y 1937, hecho que deja claro en el libro por activa y por pasiva. Desde las primeras páginas Torres aclara su toma de partido por el bando perdedor, no sólo por ser el nieto de un señalado republicano que resultaría fusilado al acabar la contienda, sino por la necesidad expresada anteriormente de visibilizar a los perdedores y demostrar que las acusaciones que desde hace más de 70 años se viene haciendo contra ellos son, en gran medida, falsas e insidiosas.

Sin embargo, lo anterior es uno de los puntos flacos del libro: por el hecho de querer limpiar el honor de la causa republicana en Miguel Esteban, Torres construye una historia maniquea donde pareciera que todo aquel simpatizante de las derechas fue un monstruo sediento de sangre y todos los de la izquierda prohombres íntegros y mujeres semidivinas animados por nobles sentimientos democráticos. La Historia no es nunca blanca o negra, sino que está irisada por una amplia gama de matices. Pretender que todo el que entonces fuera de derechas fue malo por naturaleza y que ningún militante de izquierdas protagonizó ninguna injusticia que no estuviera justificada es una exageración tan grande que desluce por su enormidad el resto del trabajo desarrollado en sus páginas. Se echa en falta además en el libro de Torres un análisis económico riguroso del periodo que explique las condiciones laborales, culturales y sociales que explicarían los ulteriores sucesos acaecidos durante el trienio de la Guerra Civil.

Hay algunos aspectos del libro que, no obstante, merecen un análisis crítico en profundidad por no ajustarse a la realidad. Está claro, y es legítimo, el compromiso de Torres (o, al menos, las simpatías) con el PSOE, pero dicha toma de partido lo lleva a tensar de tal manera los datos históricos que construye una interpretación histórica deformada, parcial y tendenciosa, y, por lo tanto, falsa. La aclaración del propio Torres en el prólogo de que se trata de la obra de un periodista y no de un historiador no justifica dichas distorsiones, porque en su papel de periodista conoce bien la necesidad de la no manipulación de los datos, del rigor documental y los resortes que no se deben pulsar en cualquier investigación por motivos de ética.

El ejemplo más claro de dicha distorsión es la repetición hasta la saciedad de que Genaro Torres fue “alcalde socialista de Miguel Esteban”. En realidad, Genaro Torres nunca fue militante socialista, lo fue toda su vida de Izquierda Republicana, partido de carácter de izquierda burguesa no marxista. Pablo Torres tensa tanto los hechos para demostrar la filiación socialista de su abuelo que llega a insinuar que fue uno de los fundadores del PSOE miguelete apoyándose en un vago informe de la Guardia Civil de la posguerra, uno de los informes de los que él mismo rechaza la veracidad por tendenciosos, manipulados y faltos de rigor. Llega a mezclar de tal modo los datos históricos que inventa una coalición “IR-socialistas” inexistente: para las fechas en las que la sitúa sí que existió el Frente Popular, integrado por republicanos, socialistas y comunistas; también existió una coalición electoral republicano-socialista previa a la IIª República que se extinguiría tras el advenimiento de ésta, pero en la que los idearios de IR, UR o del PSOE jamás se mezclaron y en la que también estaban incluidas formaciones republicanas y personalidades de derecha como Alejandro Lerroux o Alcalá Zamora, lo que llevó a oponerse a dicha coalición (por burguesa) a muchos dirigentes del PSOE (como su propio presidente, Julián Besteiro), por entonces muy radicalizado e imbuido del espíritu revolucionario emanado por la Revolución Soviética. Esta parcialidad se debe sin duda a un intento por parte del autor de darle al PSOE un protagonismo hegemónico en la época del que careció a todas luces en Miguel Esteban, aunque también podría achacarse a cierta falta de conocimiento en profundidad de la época: por ejemplo, cita a Remigio Cantos como miembro de la Falange Española Tradicionalista, formación que fue creada como partido único por Franco (al fundir en ella elementos monárquicos, de derecha burguesa, requetés (carlistas) y falangistas de FE-JONS) después de morir el propio Remigio Cantos. Así, cita a los miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas (que aunaba en su seno socialistas y comunistas, con preponderancia ideológica de los segundos) como miembros de las Juventudes Socialistas, a secas; no enuncia en ningún momento la composición del Ayuntamiento, muy reveladora (incluía el mismo número de miembros del PCE que del PSOE o de IR, además de miembros de UR, de CNT y de la UGT, sindicato de ideario marxista que aunaba en su seno gentes de todas las tendencias de izquierdas – no sólo socialistas o comunistas- y por entonces dominado por miembros del PCE en Miguel Esteban). El ninguneo de la importancia del PCE en dicho periodo de la historia migueleta junto con la maximización del papel del PSOE chirría tanto como el silenciamiento del ideario revolucionario de muchas de las personas que sufrieron cárcel, exilio represión e, incluso, la muerte. La pretensión de Torres de que todos ellos lucharon, sufrieron y hasta murieron sólo por la democracia es tan irreal como injusta: en aquellos años tuvo lugar una revolución en toda regla, una Revolución democrática (por mayoritaria) que pretendió abolir el orden liberal establecido para implantar un nuevo statu quo basado en la propiedad colectiva y la eliminación de las diferencias de clase. Olvidar este punto esencial significa no sólo manipular la Historia para edulcorarla haciéndola más amable y digerible para ciertos sectores de la población o para los convencionalismos democráticos actuales: es también, sin quererlo, infligir a aquellos luchadores una segunda condena, la del olvido de todo aquello por lo que lucharon y, por lo tanto, la inutilidad de todos sus esfuerzos. Estos hombres y mujeres merecen ser recordados por lo que fueron y por lo que representaron: no tenemos por qué edulcorar sus acciones mostrando sólo aquellas que nos enorgullecen ni esconder los hechos trágicos o luctuosos que algunos protagonizaron, porque fueron hijos de una época y de unas circunstancias muy duras y de crisis de todo tipo que exigieron acciones inmediatas y contundentes. Nuestro deber como militantes de izquierdas es aprender de su ejemplo, emular su esfuerzo, su determinación, sus experiencias y sus ideales, al mismo tiempo que aprender de sus errores para no volver a cometerlos haciendo bueno el manido lema de que el pueblo que olvida su Historia está condenado a repetirla.

En la línea de lo anterior, es menester fijarnos en la visión que Torres plantea sobre la CNT en Miguel Esteban. Según él, la CNT no existía organizada hasta el golpe de Estado del 36, y una vez organizada se convirtió en un nido de ultraderechistas infiltrados, conspiradores contra la República. Así, Juan Flores, cenetista asesinado a sangre fría por Paulino Argumánez, lo habría sido por dichas razones. Sin embargo, hay constancia de la existencia en Miguel Esteban, ya antes del golpe de Estado del 36, de un sindicato de la CNT que agrupaba en su seno a los albañiles, mientras que los campesinos se organizarían dentro de la UGT. Además, según otras versiones, Juan Flores bien pudo haber sido un anarquista convencido y preparado, muy activo, con vínculos en toda la comarca, en especial con una célula libertaria muy activa en Campo de Criptana. Según estas versiones, la muerte de Juan Flores debería inscribirse en la pugna entre marxistas y anarquistas en los inicios de la guerra (donde se producirían luctuosos sucesos como la eliminación de Andreu Nin o la demonización del POUM por parte del PCE). A raíz de la muerte de Juan Flores tanto su familia como muchos de sus antiguos camaradas de la CNT se pasaron a las derechas. Sin embargo, es cierto que muchos derechistas se afiliaron en masa (por razones pragmáticas: como vulgarmente se dice, por salvar el pellejo) a partidos y sindicatos de izquierda; sobre todo, en Miguel Esteban, a la CNT. Torres, en su celo anti-cenetista, llega al extremo de insinuar, sin ninguna base, que el asesinato de un joven miguelete en La Calera podría haber sido perpetrado por un infiltrado derechista en un grupo incontrolado de la CNT de la provincia de Ciudad Real que por aquellos días protagonizó algunos actos vandálicos por la comarca (aunque parece ser que sí existen indicios de que el autor de dicho asesinato perteneciera a dicho grupo).

Sin embargo, la CNT llevó a cabo una actividad que en nada puede considerarse reaccionaria. En concreto, una de las dos colectividades agrarias que funcionaron eficientemente en Miguel Esteban era de CNT. Torres, por cierto, también pasa de puntillas sobre todo lo referente a las colectividades: sólo en un caso se refiere a ellas, y lo hace para insinuar que sólo existe un “documento” que mencione a la Colectividad Leningrado (es inmediato comprobar las fuertes connotaciones comunistas del nombre).

Sin embargo, estas críticas no deben ser tomadas como una descalificación global del libro. Se trata, como ya se ha indicado, de una obra valiente y necesaria, que debe tomarse como un punto de partida para posteriores investigaciones.

Lo mejor del libro es la cantidad de datos que Pablo Torres aporta, y que suponen un fogonazo de luz en la oscuridad oficialista de dicho periodo histórico. La Historia de los pueblos no puede quedar enterrada, debe sacarse a la luz para que nuestros descendientes aprendan de las experiencias pasadas. Y esto es doblemente necesario en un pueblo como Miguel Esteban donde la única versión de la Historia que hemos conocido durante casi tres generaciones ha sido la de la oficialidad franquista.

En resumen, un libro que hay que leer, aunque esperamos que el autor pula en el futuro su estilo historiográfico (la insinuación no puede tener cabida en un trabajo de esta índole) y los errores de interpretación; errores que, por otra parte, suelen ser frecuentes en cualquier investigación histórica por diversas causas, en especial cuando, como es el caso, muchos documentos fueron destruidos porque suponían un peligro de muerte para muchos de los que aparecían en ellos (listas de afiliados, miembros de sociedades obreras, etc.).

sábado, 12 de julio de 2008

Un dolor casi insoportable

1. "Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado."
2. "Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país."
(Artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).

A nuestros progresistas, moralmente íntegros y bien alimentados gobernantes (cuyo dolor ante ciertos hechos es casi insoportable) se les olvidó añadir:

"Excepto si es pobre."

viernes, 11 de julio de 2008

Que gane el peor

El martes pasado me presenté a la última prueba del proceso de las oposiciones al profesorado de secundaria.
Ha sido duro: después de hacer un CAP (Curso de Aptitud Pedagógica) donde no te enseñan nada, después de dejarme los ahorros en cursos de-formación (el guión no es una errata) que cualquiera puede comprar, después de largas noches de estudio tras largas jornadas de trabajo en la obra, por fin he podido optar a un puesto de trabajo en algo que me gusta: profe de Historia del Arte en el sistema público de educación.
Pero, aunque debería estar contento (porque me lo he currao, ¡qué leches!), me he dado de morros con la realidad: el sistema está viciado desde la raíz. Echando cuentas, aunque hubiera sacado un diez en cada prueba, cualquier mindundi con la suerte de haber entrado a trabajar cuatro años antes que yo ya jugaría con la ventaja de cuatro puntos más de méritos. Eso sin contar con que cada vez las supuestas pruebas selectivas sirven para cualquier cosa menos para seleccionar: se elige un tema de entre cinco (ya hay que ser negao para que alguno no te lo hayas preparado), los que tienen la suerte de haber trabajado siquiera una semana quedan exentos de una de las pruebas (pueden presentar un informe), etc. Y, como colofón, aunque se diera la posibilidad de que alguna persona fuese la que mejor nota obtuviera, no sólo podría quedarse sin plaza, sino que pasaría a una lista "B" a la hora de optar a cubrir interinidades, porque aquellas personas que ya hubieran trabajado (independientemente de cómo hubieran accedido al sistema, podría darse la posibilidad de haber entrado en lista con un cero) tendrían preferencia.
Estoy de acuerdo con eso de la estabilidad laboral, de que no se puede tener a la gente pendiente de un hilo, etc., etc. Pero lo que también tengo claro es que el sector público debe estar abierto a cualquier persona en igualdad de condiciones y en él deben trabajar aquellas personas que demuestren merecer el puesto por méritos propios.
Hay muchos mecanismos para consolidar el trabajo de los interinos sin necesidad de incurrir en agravios comparativos: reservar plazas para un sistema de promoción interna, optar a bolsas de trabajo específicas, etc., etc.
Pero lo que no puede ser es que cualquier inútil (y no digo con esto que un interino sea un inútil, por supuesto) pueda superar manu militari a una persona preparada y con ganas. En primer lugar, porque es injusto. En segundo lugar, porque el acceso a la función pública debe ser imparcial y selectivo. Y, en tercer lugar, porque son nuestros hijos e hijas los que pagan el pato: luego querrán paliar con dotaciones informáticas y campañas publicitarias lo que no se ofrece a la chavalería en las aulas.
Y, lo más sangrante, es ver a los sindicatos de clase defendiendo con uñas y dientes a una pléyade de desgarramantas que sólo quieren poner el cazo y que cada cuatro años van en procesión a las urnas con su papeleta del PP. La caña.

sábado, 5 de julio de 2008

Las crisis las financiamos siempre los mismos

Mis compañeros de IU de Malpica-Bernuy (Toledo) me han enviado la siguiente comparativa sobre el aumento del precio del petróleo y su relación con el aumento del precio de la gasolina y la cotización del dólar (la imagen y los datos están tomados de Halón disparado):

Las conclusiones son evidentes:

En nuestro sistema económico los servicios públicos se financian con impuestos indirectos. Si se bajan los impuestos a los más ricos (lo que Botín y compañía llaman “presión fiscal”), por ejemplo el de Patrimonio o los tramos del IRPF a las grandes fortunas, si se financia a la empresa con subvenciones a troche y moche, si se otorgan a los empresarios beneficios fiscales, está más claro que el agua que alguien debe pagar la factura de nuestro Estado del Bienestar.

Y esa financiación se hace, por fuerza, a través de los impuestos indirectos, que pagamos todos y todas. Por eso se pusieron como una fiera nuestros progresistas dirigentes europeos cuando se habló de rebajar los impuestos de los carburantes, por eso los ayuntamientos de todo el espectro político centrista crean zonas de aparcamiento de pago en nuestras calles y por eso son los impuestos sobre el consumo (que pagamos los más pobres) los que financian las subvenciones que reciben los más ricos.

Aunque los pobres mortales sabemos poquito de economía, una cosa está hiperclara: para que a ellos les vaya bien, a los trabajadores, a los pobres, a los desempleados, a los que sufrimos las crisis, nos tiene que ir mal. Porque cuando la economía está boyante, no recibimos nuestra parte; y cuando las cosas se tuercen, ya nos empieza a hablar el (¿socialista?) responsable europeo de economía (Almunia) de flexibilidad laboral, moderación salarial y control del gasto público.

(Nota.: Banda sonora de La Polla Records: Ya no hay esclavitud -producir-, ¡qué mundo tan feliz! -consumir-)