sábado, 7 de junio de 2008

Hiprogresía

Uno de mis pasajes literarios favoritos es aquel del Lazarillo de Tormes en el que después de que el ciego le propinara un jarrazo en la boca al pobre de Lázaro, quebrándole los dientes e hiriéndole la cara con profundos cortes, el propio ciego le dice mientras le cura las heridas con vino:

-"¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud".

En estos últimos días he visto la misma historia recreada una y otra vez. Los poderosos del planeta se han reunido en Roma al grito de ¡ay, pena, penita, pena! para arreglar el hambre del mundo. Las mismas potencias de Oriente y Occidente cuya política económica ha causado la actual situación de depauperación y miseria en dos terceras partes de la Tierra se afanan en pronunciar sentidos discursitos y en darse golpes de pecho (mass media mediantes). El propio Zapatero, mientras tendía su mano izquierda a los 850 millones de pobresitos negritos, cerraba con la mano derecha un acuerdo paneuropeo mediante el cuál se cierra un poco más el lazo al cuello de los llamados inmigrantes ilegales en la Unión Europea.

Y es que da mucha penita que se mueran de hambre los pobres negritos, pero que no se les ocurra acercarse a mi mansión porque les suelto los perros. ¿Qué más quieren?: ya tienen libre acceso a nuestros cubos de basura, a nuestras sobras, a ver si se han creído que tienen derecho a una vida digna como nuestros hijos.

Quizás algún mojigato piense que con los 850 millones de euros prometidos para combatir la presente hambruna se va a solucionar el problema de esos 850 millones de personas en el continente africano en riesgo real de morir de hambre (por cierto, un euro por persona si los cálculos no me fallan). Son las políticas económicas de la Unión Europea y las del resto de sus compañeros de banquete las que han producido la presente situación: la especulación, las catástrofes naturales y la desertificación producidas por el cambio climático, la deuda externa, el expolio de materias primas, los altos aranceles a los productos agropecuarios de los países del Sur, las subvenciones a los productos agrícolas de los países ricos, el dumping, la contaminación de los acuíferos y de la atmósfera, la fuga de cerebros que extrae de sus países de origen a las pocas personas con formación técnica o científica, etc., etc., etc.

Mientras el sistema económico no cambie, las consecuencias seguirán siendo, por desgracia, las mismas. Cuanto más ricos seamos en el Norte, más pobres serán más millones de personas en el Sur, en una relación de causa-efecto en la que la pobreza de los más causa la riqueza de los menos, y no al revés. El Liberalismo se ha desarrollado en el mundo durante 200 años (y en las últimas décadas sin cortapisas; léase la caída del muro), y los resultados son los que son: bienestar para unos privilegiados, miseria para los demás. Pero, mientras esa marea de pobres se ubique a 2000 km de nuestras casas, el problema se reducirá al sobre del Domund y la casilla de fines sociales del IRPF y, acaso, las postales de la UNICEF en las navidades.

Ya lo dijo Rosa Luxemburgo: Socialismo o Barbarie.

Y va a ser Barbarie.

Para rato.