sábado, 31 de mayo de 2008

¿Quién dijo laicismo?

Una de las líneas electorales que más utilizó el PSOE en la campaña a las generales fue, precisamente, la de la laicidad. Eran días convulsos, con los obispos a pie de pancarta y con la extrema derecha abogando por la objeción de conciencia a una asignatura que educaba en valores de respeto y democracia.
Y funcionó, ¡vaya si funcionó! Una marea de votos de gentes de izquierda acudió en tromba a votar al laico Zapatero pensando que al día siguiente de las elecciones la presencia de la Iglesia en las instituciones públicas sería cosa del pasado.
Pero, ¡ lo que son las cosas!, a la primera de cambio el PSOE nos ha demostrado su terror a las sotanas: daba pena ver en el Congreso a un Ramón Jáuregui diciendo que no era necesaria una Ley para eliminar los símbolos religiosos en las tomas de posesión de los cargos públicos. Según Jáuregui, con el tiempo y una caña, ya se irían eliminando poco a poco dichos símbolos, "de la misma manera que no ha hecho falta ninguna Ley para eliminar los crucifijos de las escuelas públicas".
Por la misma regla de tres, según el razonamiento de Jáuregui, tampoco hubiera hecho falta ninguna Ley para elimininar los símbolos franquistas, ni para prohibir la exhibición de símbolos racistas y xenófobos en actos públicos, para prohibir fumar en locales cerrados o para regularizar los matrimonios de personas del mismo sexo, ¡ya se hubiera encargado la Sociedad, una vez que lo hubiera asimilado todo (más o menos en el siglo XXV), de hacerlo por su propio peso!
El PSOE nos ha demostrado su faceta chupacirios de la manera más cutre. Ni siquiera ha sido debatiendo la eliminación de la financiación pública de la secta católica, ni la supresión de la figura de los capellanes castrenses, ni otras cosillas de verdadera miga: han salido espantados como colegiales sólo con haber divisado en la lejanía la sombra de un báculo.
Y así nos va: de báculo.

jueves, 22 de mayo de 2008

La satisfacción de los lobos

Érase una vez, en un cercano país, un grupo de lobos que se reunieron para ver cómo marchaban sus negocios.
Lejos quedaban aquellos tiempos en los que tenían que salir a cazar por esos bosques, ya que desde hacía mucho criaban en sus propios establos a las suculentas ovejas de raza merina. Sin embargo, las leyes del Reino les imponían grabosas condiciones para sus haciendas: control veterinario, número máximo de ovejas por bebedero, etc. Así que comenzaron a introducir en los establos ovejas ilegales, de raza churra (que abundaban, ya que la lluvia ácida producida por las fábricas de los lobos había esquilmado los prados de sus valles de origen), las cuales, además de ahorrarles a los lobos impuestos, gestiones, etc., consumían menos pienso y su carne era tan sabrosa y su sangre tan dulce como la de las merinas, así que, poco a poco, los lobos fueron reduciendo la ración de pienso de las merinas y a relajar las medidas higiénicas y de control para con ellas.
Por esas razones, la agitación empezó a alterar la paz de los establos. Las merinas se quejaban de las magras raciones, del hacinamiento, del lento pero progresivo deterioro de su nivel de vida. Así que los lobos tomaron cartas en el asunto.
Decidieron difundir por los establos que la culpa de todo la tenían las churras, que portaban enfermedades de sus incivilizados prados, que se empeñaban en comer menos y en hacinarse en los rincones más sucios, por lo que su competencia era desleal.
La peregrina idea, no obstante, cuajó entre las merinas. Bajo la mirada satisfecha de los lobos, las churras eran objeto de vejaciones cada vez más frecuentes, por lo que su miedo las empujaba a no comer demasiado, con lo que los lobos cada vez daban raciones de pienso más magras y el ciclo se retroalimentaba una y otra vez.
"¿Y ninguna oveja merina se dio cuenta?", os preguntaréis, queridos niños y niñas. Pues sí, pero como las ovejas negras eran cada vez menos y estaban tan desprestigiadas por pedir la libertad de la vida en los prados y renunciar a la confortable y civilizada vida del establo, nadie les hacía caso.
Y los lobos sonreían satisfechos mientras clavaban sus dientes en los tiernos cuellos de sus ovejitas, lo mismo de las churras que de las merinas.

* * * * * *

Esta mañana estaba en el tajo y se me acercó Manuel, un extremeño rondando los 60 años con un gracioso gracejo castúo. Pero hoy no estaba para guasas. Le habían dado el boleto (la carta de despido). Y, cuando acabábamos la típica charla (que si la construcción está muy mal, que si muchas empresas, después de haberse llevado la pasta, dan el cerrojazo, etc.), me suelta Manuel:
-"Si es que no me extraña, si es que hay mucho extranjero, que como cobran menos nos están quitando el curro."
Mientras hablaba, sobre el ruido de la hormigonera y el murmullo de Radiolé de la cuadrilla de yeseros de al lado, he creído oír un prolongado aullido de lobo en la lejanía.
Habrá sido mi imaginación.
O la mala leche que se me ha puesto.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Marcar el aspa

Al mismo tiempo que los ultracatólicos despotricaban contra Buenafuente y sus amiguitos a tenor de la campaña puesta en marcha para que en la declaración del IRPF se marque la casilla destinada a "usos sociales", la propia Madre Iglesia ha puesto en marcha la suya, anuncios de televisión incluidos.
En los días pasados algún pequeño debate se creó alrededor de estos llamamientos mediáticos y de la virtual decisión (tiiiiiibia) del Gobierno de "avanzar en la laicidad del Estado" (sic.). Una ráfaga fresca de racionalidad sacudió las apolilladas mitras obispales y sus titulares montaron en cólera con la excusa (manida) de que la dichosa casilla del IRPF no era más que un nuevo ataque a la Iglesia en venganza por las aún calientes manifestaciones callejeras de los obispos en apoyo del denostado Rajoy. Pero la sangre no llegará al río.
Se olvidan estos señores con faldas y puntillas que ellos mismos firmaron unos acuerdos hace décadas en los que se comprometían con el Gobierno de turno a autofinanciarse. La actual situación de financiación de la Iglesia Católica por parte del erario público no es sólo un anacronismo decimonónico sino, lo que es más grave, un incumplimiento supino de unos acuerdos que la propia Iglesia firmó.
Sin embargo, la Iglesia no cejará en su empeño de seguir mamando de la teta estatal. Sobre todo porque saben de la debilidad real de los golpes de efecto de Zapatero sobre el tema. Si el Gobierno encabezado por el Presidente Rodríguez Zapatero tuviese la más mínima intención de cambiar las tornas, hace tiempo que hubiera denunciado los Acuerdos con la Santra Sede. Pero Zapatero se debate entre la racionalidad de una medida que no haría sino poner a España en la órbita de los países civilizados (porque uno de los pilares de la civilización occidental es la dieciochesca separación entre Iglesia y Estado) y el miedo ridículo a que los voceros de la ultraderecha (que no son, como muchos piensan, los espantajos tipo Jiménez Losantos) aparten del regazo del PSOE a un par de millones de votantes moderados.
Entre tanto, siempre nos quedará París: marcar la aspita (la de fines sociales, por supuesto).